Guerreras

Guerreras

Araceli Estévez González

58 años

El Cáncer de Ovario Enemigo Invisible

El cáncer de ovario es un enemigo invisible que nos ataca en silencio hasta quitarnos la vida. Algunas afortunadas, como yo, somos infinitamente privilegiadas y ganamos esta batalla, pero existen muchas mujeres que lo pierden todo tratando de salvar su vida. Muchas aun así no lo logran.

Soy Mujer

Como mujer, siempre asumí el papel de protectora de mi familia. Creo que es un rasgo de nuestro género: luchamos por el bienestar de los que amamos, sobre todo los que dependen de nosotros. Ellos son nuestro más grande tesoro.

Nos perdemos a nosotras mismas.

De pronto llega a nuestra vida un diagnóstico que nos coloca en el lado débil. Primero una se ve muerta, ausente. No sólo es el dolor físico, es también el sentimiento de ir perdiendo poco a poco nuestra imagen corporal, la paz mental, el optimismo.

Nos perdemos a nosotras mismas. Sin embargo, nos duele, sobre todo, la pena de quienes nos perderán. Sus ojos llorosos nos quitan el sueño y, aun cuando disimulamos la tristeza, igual que ellos, por las noches sufrimos cada uno en su rincón. Nos derrumbamos en llanto ante la incertidumbre de lo que vendrá al día siguiente.

Aquellos a quienes les haremos falta ocupan nuestro corazón y nuestra mente mucho tiempo. Entonces, y sobre todo por ellos, sacamos energías de donde sea para pelear una nueva batalla con todas nuestras fuerzas. 

Buscamos esperanza a ciegas con cada nuevo día que se nos ofrece, con todas las posibilidades que nos representa el recuperar la vida que antes teníamos.

La rutina y la vida cotidiana, que a muchos fastidia, se vuelve nuestra aspiración. Peleamos por poder volver a trabajar, vestirnos “para salir”, dormir sin dolor, hacer planes para el futuro, ir al parque, bailar, divertirnos y disfrutar las cosas más simples. 

De Pronto Nos Descubrimos Otra Vez Guerreras

Tomamos fuerzas del amor que nos rodea y nos cobija, de la atención, la dedicación y la fe de nuestros médicos, enfermeras y cuidadores, de la inspiración de otras historias como las nuestras y, más que nada, de la ayuda de Dios.

De pronto nos descubrimos otra vez guerreras. Más que antes. Esta vez luchamos para seguir vivas. Seguimos viviendo para los demás, pero ahora, creo que también para nosotras mismas, para hacer todo lo que soñamos y tal vez no hemos logrado. Todo aquello que igual y ni sabíamos que deseábamos.

La Esperanza

Soy superviviente, hasta ahora, y quiero contribuir a que poco a poco menos personas padezcan esta enfermedad y que algún día nadie más la sufra.

Mientras lo logramos, queremos que el diagnóstico llegue a las personas cada vez más a tiempo de ser curadas, y que cuenten con el apoyo necesario para ganar su propia batalla. La salud debe ser un derecho y no un privilegio.

Vision y Misión

Por eso decidí crear una iniciativa de la sociedad civil para lograr esas metas. Espero que la Fundación DAE albergue cada vez más historias de lucha y trascendencia. Que nuestras guerreras inspiren a quienes están librando la batalla ahora para que nunca se sientan solas. El dolor nos une, pero también el valor, la fe, la voluntad y la fuerza. 

Araceli Estévez González
Araceli Estévez González

Araceli Estévez González

58 años

El cáncer de ovario es un enemigo invisible que nos ataca en silencio hasta quitarnos la vida. Algunas afortunadas, como yo, somos infinitamente privilegiadas y ganamos esta batalla, pero existen muchas mujeres que lo pierden todo tratando de salvar su vida. Muchas aun así no lo logran.

Como mujer, siempre asumí el papel de protectora de mi familia. Creo que es un rasgo de nuestro género: luchamos por el bienestar de los que amamos, sobre todo los que dependen de nosotros. Ellos son nuestro más grande tesoro. De pronto llega a nuestra vida un diagnóstico que nos coloca en el lado débil. Primero una se ve muerta, ausente. No sólo es el dolor físico, es también el sentimiento de ir perdiendo poco a poco nuestra imagen corporal, la paz mental, el optimismo. Nos perdemos a nosotras mismas. Sin embargo, nos duele, sobre todo, la pena de quienes nos perderán. Sus ojos llorosos nos quitan el sueño y, aun cuando disimulamos la tristeza, igual que ellos, por las noches sufrimos cada uno en su rincón. Nos derrumbamos en llanto ante la incertidumbre de lo que vendrá al día siguiente.

Aquellos a quienes les haremos falta ocupan nuestro corazón y nuestra mente mucho tiempo. Entonces, y sobre todo por ellos, sacamos energías de donde sea para pelear una nueva batalla con todas nuestras fuerzas. Buscamos esperanza a ciegas con cada nuevo día que se nos ofrece, con todas las posibilidades que nos representa el recuperar la vida que antes teníamos.

La rutina y la vida cotidiana, que a muchos fastidia, se vuelve nuestra aspiración. Peleamos por poder volver a trabajar, vestirnos “para salir”, dormir sin dolor, hacer planes para el futuro, ir al parque, bailar, divertirnos y disfrutar las cosas más simples. Tomamos fuerzas del amor que nos rodea y nos cobija, de la atención, la dedicación y la fe de nuestros médicos, enfermeras y cuidadores, de la inspiración de otras historias como las nuestras y, más que nada, de la ayuda de Dios.

De pronto nos descubrimos otra vez guerreras. Más que antes. Esta vez luchamos para seguir vivas. Seguimos viviendo para los demás, pero ahora, creo que también para nosotras mismas, para hacer todo lo que soñamos y tal vez no hemos logrado. Todo aquello que igual y ni sabíamos que deseábamos.

Soy superviviente, hasta ahora, y quiero contribuir a que poco a poco menos personas padezcan esta enfermedad y que algún día nadie más la sufra. Mientras lo logramos, queremos que el diagnóstico llegue a las personas cada vez más a tiempo de ser curadas, y que cuenten con el apoyo necesario para ganar su propia batalla. La salud debe ser un derecho y no un privilegio. Por eso decidí crear una iniciativa de la sociedad civil para lograr esas metas. Espero que la Fundación DAE albergue cada vez más historias de lucha y trascendencia. Que nuestras guerreras inspiren a quienes están librando la batalla ahora para que nunca se sientan solas. El dolor nos une, pero también el valor, la fe, la voluntad y la fuerza.